No hay gloria sin sufrimiento...
Seré breve y conciso. Una vez más, demostrando que me entrego al 100% en cada tarea que acometo, fui víctima de mi propio pundonor, coraje y fuerza. No dando por perdida una bola imposible de Jaime Celaya, traté de conectar mi pala con ese misil subsónico, encontrando entre el origen (la pala) y el destino (la bola) un invitado inesperado (mi mandibula). Resultado: 5 puntos de sutura y final de un partido que Astorga y yo teníamos justo donde queríamos. Una lástima. Aunque si algo me ha lastimado ha sido la antitetánica que me hace sentarme a escribir en el ordenador como si fuera Valentino Rossi en plena curva.
miércoles, 3 de septiembre de 2008
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